En este primer artículo de nuestro nuevo colaborador Isma López hacemos una reflexión a cómo empezamos cada uno de nosotros a enamorarnos de las bicicletas y nuestras dinámicas…
Tal vez empezaste a montar en bicicleta por casualidad, o simplemente por hacer algo de deporte. Es probable también que arrancaras en una determinada disciplina y hayas acabado encontrando tu lugar en otra diferente. Y quizá, de la misma forma, también de a poco, casi sin darte cuenta, has ido tratando de mejorar tu rendimiento, infectado por ese bendito e insaciable virus que es sentirse bien y percibir que tu cuerpo responde a lo que le pides.
Tras una temporada saliendo a rodar sin más objetivo que el de disfrutar de una mañana soleada y sudar un poco, en una conversación con la grupeta a la que te incorporaste, o trasteando en los foros del mundillo, diste con una prueba que se te apareció como subrayada en rojo. Así, de repente, te descubriste buscando información acerca de cómo planificar los entrenamientos. Lo siguiente fue quitarte alguna que otra cosilla de la dieta.
Te lo tomaste en serio, fuiste ordenado, llegó el día, te sacudiste los nervios con las primeras pedaladas y cruzaste la línea de meta satisfecho. Sin embargo, al rato, comenzó a anidar en ti la sensación que podrías haber terminado, por qué no, en diez o quince minutos menos.
Ahora, puede que un par de años más tarde, te costaría horrores mantener una charla con otro ciclista sin aludir a los watios, estás al tanto de cada detalle de las evoluciones del material, te has vuelto un experto en suplementos y nutrición, y pasas sobre la báscula el mismo tiempo que un profesional. Pero sigues considerando que te quedan cosas por pulir.
Paradójicamente, este inconformismo, el afán de superación, la misma cualidad que sin duda pasa por ser la mejor arma para aumentar tu rendimiento y para alcanzar tus objetivos; va a ser también lo que te impedirá disfrutar por completo de aquello que consigas.
Es un proceso; una evolución análoga por la que transitaríamos en cualquier otra disciplina con la que nos impliquemos. Podríamos catalogarlo como un círculo virtuoso, pero corremos el riesgo de que se torne vicioso u obsesivo si caemos en la obcecación por el entrenamiento, nos imponemos una especie de fundamentalismo nutricional y terminamos convirtiendo las rutinas en rituales o hasta en supersticiones. En mi opinión, es una lástima entrar en una dinámica en la que una actividad saludable, y que incluso puede ser útil para llevar una vida ordenada y adquirir buenos hábitos, acabe desfigurada en una obligación autoimpuesta que asumimos como autómatas y que no nos planteamos reconsiderar.
Al fin y al cabo, no nos engañemos, no nos estamos jugando ni una carrera deportiva ni la victoria en una grande boucle.
Es indudable la importancia que tiene marcarse metas y tener ilusiones. Igual de valioso es mantener la determinación de querer mejorar. En gran medida es lo que nos mantiene vivos. Así que no está mal perseguir una estrella; pero conviene, cada tanto, apartar la mirada del brillo con el que nos va cegando, tomar perspectiva, y comprobar en la brújula el rumbo que llevamos.
(fuente: Isma López)