Suena el despertador. Unas cifras que te parecen una obscenidad te queman los ojos. Te cuesta acertar; lo apagas al segundo intento. ¿Te provoca estrés esta situación?
Tampoco esta mañana vas a levantarte a hacer rodillo en ayunas. Tu cabeza se las sabe todas así que no le cuesta lo más mínimo argumentar a favor de quedarte un rato más en la cama. Te estás evitando, como poco, la amenazadora mirada de tu pareja; y además, estás dejando a tus vecinos con un reproche menos que echarte en cara durante la próxima junta. Sin embargo, la factura de este momento que asumirás como de debilidad, implicará pasarte el día contando los minutos para sacar un hueco para entrenar, agobiado porque ves que no llegas, que se te trastoca el microciclo y, finalmente, acabar sintiéndote culpable porque la jornada se alarga y no va a poder ser.
Todos, en mayor o menor medida, tenemos que lidiar a diario con compromisos familiares y laborales.
Si sumamos a esta realidad el hecho de tratar de encajar en ella una planificación ordenada de los entrenamientos, no es difícil caer o atravesar periodos de estrés y ansiedad.
En esta tesitura, estamos obligando a un sistema diseñado para escapar de un depredador a medirse a cada paso con responsabilidades de todo tipo y con problemas económicos y de convivencia en el hogar o en el trabajo; situaciones que nada tienen que ver con salir corriendo del acecho de un gran felino, y que, más al contrario, se pueden prolongar durante semanas, meses o incluso años. Bajo estas condiciones de estrés el cuerpo estimula la producción una hormona llamada cortisol que, si bien es útil para enfrentar un reto que dure unos segundos, se acaba convirtiendo en un tóxico cuando nuestro cerebro percibe este desafío como permanente.
La acumulación de cortisol no solo afecta a nivel físico, deprimiendo el sistema inmunológico, provocando la pérdida de masa muscular y dificultando la recuperación. También tiene una gran influencia en nuestro desempeño intelectual, reduciendo nuestra memoria y nuestras capacidades de concentración y de aprendizaje, y aumentando significativamente el riesgo de padecer una depresión. Existe además un curioso fenómeno llamado teoría del proceso irónico que explica que en momentos de estrés el cerebro elige el camino que precisamente estás tratando de evitar, por lo que es más fácil recaer en malos hábitos que creímos superados y que tanto sacrificio nos había costado dejar atrás.
Teniendo esto en cuenta, quizá sea más útil saltarse alguna sesión y dedicar ese rato a buscar un momento de desahogo que compartir con tu gente más próxima o que invertir en cualquier otra afición; especialmente en esas épocas en las que solo hacer cuadrar los horarios para poder entrenar ya supone un esfuerzo titánico. Tal vez sea más productivo llegar al domingo descansado y limpio de mente, pudiendo así afrontar la carrera o la marcha con todas las ganas que hayas podido reunir, viéndote en la salida como una fiera enjaulada, contando los segundos para el corte de cinta.
(fuente: Isma López)