Sospecho que por más que nos guste autoengañarnos, por más que seamos unos entusiastas devotos del querer es poder, en el fondo, aunque sea a grandes rasgos, la teoría nos la sabemos todos.
Todos sabemos lo que implica marcarse una meta e iniciar el viaje que ha de conducirte a dicho objetivo. Sin embargo, cualquiera de las dos primeras opciones ha resultado siempre mucho más fácil y mucho más cómoda que afrontar los sacrificios que acarrea el proyecto en el que te has embarcado.
Querer es poder hasta cierto punto. De ahí hacia arriba es pensamiento mágico. Aunque le dediques todas las horas de tu vida tendrás que acabar asumiendo que nunca vas a poder hacer un mate a imagen y semejanza de Michael Jordan. Es verdad que cada tanto seguirá apareciendo algún elegido, como tocado con una varita mágica, capaz de ponerse en forma en apenas dos semanas y alzar los brazos el siguiente domingo casi sin poder evitarlo. Son las excepciones. Y aun así cabría preguntarse qué nivel habría alcanzado con trabajo y dedicación. Si has resuelto probar tu cuerpo al máximo y comprobar hasta dónde podrías llegar, dudo que lo vayas a conseguir entrenando más o menos, descuidando detalles o despreciando la posibilidad de pulir tus carencias.

Puede ocurrir también que una vez planteado el desafío y puesto ante tus ojos el precio te parezca excesivo, decidiendo conformarte con un escalón inferior. No deberías sentirte mal por esto, es absolutamente legítimo. Lo que supone un esfuerzo asumible para alguien puede resultar un sacrificio desproporcionado para otro. Además, las aspiraciones, igual que la felicidad, irán cambiando de lugar con el paso del tiempo. En resumen, se trata de ser realista y de acomodar tus anhelos a tus capacidades y al coste que te puedas permitir o que estés dispuesto a pagar.
Hasta aquí la parte que depende de nosotros. Pero, por otro lado, hay muchas cosas que se escapan de nuestro control durante una prueba, y mucha otra gente haciendo las cosas como es debido. Así que, si bien no hay otro camino que entrenar y cuidarnos a diario dentro de nuestras posibilidades, tampoco hay garantías de éxito. Si el desenlace de la travesía es una decepción tocará pensar, repasar el proceso, estudiar lo ocurrido y volver a intentarlo. O tal vez no. Tal vez prefieras cambiar de rumbo. Tampoco en este caso deberías frustrarte o hacerte mala sangre; sea cual fuere el resultado algo habrás aprendido.
Cada elección que tomemos conlleva necesariamente alguna renuncia. Y esta realidad, aunque pueda parecernos trágica, analizándola con detenimiento, no está tan mal. En buena medida nuestras preferencias nos definen, nos permiten identificarnos con un colectivo, sentirnos parte de un pequeño grupo e incluso nos confieren también cierta cuota de originalidad. Para abarcarlo todo no va a quedar más remedio que esperar a alcanzar la inmortalidad. Entonces no habrá nada que decidir ni el más mínimo apremio, tendremos tiempo para vivir todas las vidas. Claro que entonces, como escribió Borges, todos seremos iguales porque todos seremos el mismo.