Reconozcámoslo: No tiene sentido. Resulta difícil de entender para cualquier observador externo, e incluso, también para los propios ciclistas si se detienen a analizarlo con frialdad.
Puestos a echar cuentas de lo que supone toda la dedicación, las renuncias, los sacrificios, la constancia, la disciplina… apuesto, sin miedo a equivocarme, a que en más de una ocasión os habréis preguntado “¿Para qué?”.

Para unos pocos elegidos la recompensa puede que se materialice en un podio o hasta en una victoria. Podríamos convenir que unos resultados de este tipo son una premisa fácil de asimilar y unos hechos objetivables. Sin embargo, en el caso del resto de los mortales, el único argumento que podemos esgrimir a nuestro favor es la manera en la que reacciona nuestro cuerpo al cruzar la línea de llegada. Es el goce silencioso en las tripas por el reto conseguido; y también los ojos vidriosos, la emoción, la rabia, los golpes en el casco… esa reacción ancestral que recuerda a un oso gruñendo con furia erguido sobre sus patas traseras. De todas formas, y sin pretender desanimaros, me temo que esta explicación no os va a permitir hacer mella en el duro corazón del escéptico.
Descartad igualmente argüir que somos ciclistas porque, a veces, sabe igual que levantar los brazos la sangre en la boca, mientras una tos irrefrenable intenta despertarte como a empujones de la especie de trance en el que entraste durante la carrera. Y te descubres entonces sonriendo, con la mirada brumosa, desorientado, casi ebrio, con la satisfacción de haberte vaciado en una agonía autoinfligida.
Más allá de las metas personales, en lo que a mí respecta, creo que somos ciclistas sobre todo por compartirlo. Nunca he estado más convencido de que el nuestro es un deporte colectivo. Que sí, que es cierto: las miserias se dividen y las alegrías se multiplican. Ciclismo es pasar a bloque al relevo, es abrir camino y lanzar a tu esprínter, es vaciarte contra el viento en favor de un compañero, es la expresión relajada de ese líder al que has protegido tras terminar la etapa. Probablemente sea porque tengo una concepción demasiado romántica e idealizada de los valores que encarna un ciclista, o por mi alma de gregario, la razón por la que a mí siempre me ha parecido mucho más reconfortante y mucho más tentador el segundo premio de la lotería.

¿Por qué somos ciclistas? Hay motivos de toda clase y condición, cada uno tendrá el suyo. O puede que por más vueltas que le des no encuentres ninguno. No importa; tal vez lo más sensato sea hacer cosas sin sentido; porque la vida tampoco lo tiene, porque no hay cielos ni infiernos, ni forma alguna de construirlos. Y seguramente, en una vuelta de tuerca más a la paradoja, los retos, como el arte, existen por la única razón de que no tienen sentido.
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